Hacia (1999)
Daniel Lebrato
HACIA
Hacia
[teoría de la ciudad]
Nadie sabe si Ítaca fue una ciudad o una aldea tal y como las entendemos ahora. Lo cierto es que el camino de vuelta de Ulises, turista y urbano, propicia el mito doméstico: al fin en casa, su cielo protector. Y qué más da que al día siguiente planeara las fugas sucesivas que son las horas. Homero no lo cuenta y no parece que a ninguno le interese. Comúnmente le decimos regreso.
Regresar es banal, el regreso no. De todas las odiseas, ninguna tan fuerte como reponer la casa, reencontrar o renunciar al mundo tal como lo habíamos dejado, maniáticamente todo en su lugar cualquiera. De pronto ese mundo ha funcionado sin nosotros. (Lo que no es más que un anticipo, una especie de ensayo general.)
Si compuestos, vestiditos como novios, el día nos sorprende y sólo huele a invierno, habrá que ir a la mirada del padre o a los desvanes de la casa familiar; al compañero de pupitre, a aquel amor augural o a aquella declaración que creíamos para siempre. También al amigo que se nos fue en un descuido.
Hacia.
Dicen la infancia, las fotos, una ciudad.
[Ciudadano Kane]
Barcelona, 1954
Poquito a poco vamos como la espuma
sucia de los días que deja
en las ciudades la blanca
enamorada nieve
.
[Epitafio]
Por esta casa -antiguo
número de tal y cual-
pasó
.
A veces me tropiezo sin querer
con el que fui y apenas me saluda.
(José Antonio Moreno Jurado)
¿Soy yo o soy el mendigo que rondaba mi jardín?
(J.R.J.)
Con la barba afligida, sin afeitar y feo.
(Miguel Florián)
Lo más profundo que de ti conoces: la piel.
(Juan Cobos Wilkins)
A la larga la máscara se convierte en rostro.
(Yourcenar)
[After Shave]
Lo has leído en autores más sabios y respetables:
el aire de extrañeza de quien se mira al espejo
y no se reconoce, como dudando si es él
quien tose, quien asoma tras las ojeras. La idea
no está mal. Sin embargo, tú cultivas sin escrúpulos
la impostura que alguna vez ‑Manolito y el lobo‑
será más cierta, y haces del espejo un camerino.
Negándote, te afirmas: no se visten los actores,
se disfrazan. Quien no te conoce piensa: «de otro»,
y no: no hay más papel que al que das vida, el que detrás
del vaho te devuelve y te sostiene la mirada.
Celebras los chalecos y el sombrero y el bastón
que presumido eliges antes de que todo sea
verdad, verdad el lobo.
[Segundo Autorretrato]
Afeitado. Duchadito.
Con el pelo y las uñas
impecables, a prueba
de fotógrafos.
El traje, ni más ni menos
que la etiqueta exige.
Saber llegar.
Que los tuyos te reciban
como suyo.
No pudo César
morir de otra forma.
[De la sinceridad de la infancia retratada según se entra en la Poesía]
Se nace o se pace, pero a casi
todos da tiempo a manipular el
borrador y a falsear las pruebas
del alma, sus recuerdos. Son cromos
de un álbum de otra vida, no nuestra
vida, y son también una coartada.
Hagan juego o poesía, los dados
‑manda el crupier‑ van a su imán, van a
su ayer y a los ayeres supedi‑
tados a condición de la bío-
grafía que, como un crimen, preme-
dito. Podéis dudar del que fui,
no del que soy: maté a los testigos,
borré las huellas, me di a la fuga.
[Cóbreces]
Entre maderas carcomidas en el Arca
de Noé de la memoria, buscan
los chiquillos capas, peluquines,
guardainfantes que dan risa
al aderezo fúnebre de los sombreros
de copa, al máuser de los cien años.
Con ciego presentimiento tú esconde
esa página encuadernada en polvo y
disimula: suena la música y es carnaval.
[Santas Patronas]
¿Había o no que pedir fiado?
Ser de otro mundo. Sin ir más lejos,
de un norte muy verde y de muy noble
familia (y decirlo con la ese
castellana). Hablarle por encima
a la gente del barrio, total:
ya veis, vamos, bueno, a saber qué
sabrán. Menos mal que éramos muchos
y en casa nos hacíamos compa-
ñía. Hasta las colas para el cuarto
de baño tenían su aliciente
con paciencia: hacerte el loco, echar el
pestillo, calibrarte el bigote en
el espejo o viajar por la vía
láctea entre las piernas. Pero sobre
todo, los sábados por la tarde,
aquel baño semanal de multi-
tudes contra el piojo. Primitas
y hermanas mías: adivinar
las ingles bajo las batas húmedas
y hurtaros al reojillo el orgullo
de los pezones, hicieron fácil
lo peor: el agua y el jabón,
la misa del domingo, decir-
le los pecados al confesor
y cumplir la penitencia el lunes
con el babi marrón de becario.
[Visitación]
Oh jugar al escondite al juego
del coger de las prendas a oscuras
y en celada quién la queda entrar en
un armario a oscuras o debajo
de la cama y tropezar tocarse a-
sí como quien no quiere la cosa
rodillas sudor nuca y clavículas
su blusa de colegio botones
y las tetas botones no vale
una y dos tan prietas responder
uno con esa dureza extraña
en el calzón tan estrecho y luego
tres por mí con manos torpes ave-
riguar el sexo de las muñecas
el mareíllo de los elásticos
de las bragas caliente caliente
y un olor un olor ya sorpresa
sí vale la maraña del vello en-
sortijado resbala rajita
le daban mil nombres los mayores
curioso y era un animalito
rico una plastilina caliente y
pringosa un flan rico de caricias
y de olores como estar borracho
¿no? levantar su falda escocesa
un muslo lo que sea de usted
vaya que venga la luz y dos y
tres y respirar más fuerte más
fuerte no saber ni quién la queda
qué es esta humedad la luz ni por
dios lo sepa nunca su marido.
[Mademoiselle Chantal]
Blas de Otero
El año de los plumieres amarillos
Mademoiselle, con tal de ver
el triángulo de tus ver
mudas de nailon, daba igual no haber
hecho los deberes y el asseyez
vous, Lebrato, y el cero y la pizarra.
[Patio de los Naranjos]
Novillos de los chiquillos
Los libros de portería y
De pelota (ya no bota
Mi papá no) las narán
Jas amargas amargadas
De patadas de gorilas
Colegiales. De mayores
Querrán meterle otro gol
Sus delitos al olvido
-Las manos en los bolsillos-
A la puerta del Perdón.
[Carolina de Mónaco]
Sólo por ti, volvería gustoso dos
o tres veces por semana a revisar mis
empastes, sacarme muelas que apenas
tengo picadas, quitarme el sarro,
todo, con tal de verte en la sala
de espera del dentista. Y si estás
tan ocupada, la próxima consulta
haz que salga algo (tendrás por ahí)
de tu hermana pequeña, Estefanía.
[Instituto Murillo. Femenino]
Rechaza imitaciones,
que es calidad, chiquilla.
Bajo mi gabardina,
el auténtico, el único
muelle de las delicias.
[Giralda.34]
...y 34. Si has llegado hasta aquí, no te estorbe un turista más o menos japonés con polaroid. Tú haz la fórmula de los móviles y, siendo constantes peso y altura, despeja equis: cuánto tarda en estrellarse contra el suelo un cuerpo (el tuyo) progresivamente acelerado para dar con la micra de segundo que pasará y pisará esa losa de mármol (no otra) la traidora.
[Real Maestranza]
Ciega el sol del dieciocho y confunde la cuerda que sobre un vano y presumido centro tensa el ayudante aprendiz de agrimensor. Nos imaginamos al muchacho indulgente con el error del arbitrista, tan lejos en el otro cabo que según sus cálculos (si por mi vera pasas, como él aclaro mis lentes y te miro) hoy serían burladeros las columnas de la catedral y tan larga por abril la embestida de los toros como privilegiada gloria la de los santos en primera de barrera de puerta San Miguel.
[Gradas. Catedral]
Tendido de sombra donde el cochero
nos figura, míster, subidos en el dólar;
y el míster, con el hambre del Guzmán,
la montería del Buscón o las tijeras
de Cortadillo. Menudo
sitio es éste para quedar citados.
[Puerta de la Carne]
De las cisorias artes medievales
de don Enrique de Villena, hasta
las mañas del jifero de Sevilla,
Berganza, lo que va.
[Columnas de Hércules]
Su sombra ‑como la del ciprés- es
alargada (Carlos Primero y su hijo
el Rey Prudente sirvieron de modelos
anacrónicos). Te tientan las fáciles
ironías con los padres de la patria
que vieron aquí el heráldico emblema
de un futuro más glorioso. Nunca
el pórtico corintio de un barrio
de putas ni el quicio donde -por sí
o por la Humanidad- se apollan
los césares de tanta mancebía.
[Plaza de Armas]
Trenes de alta velocidad
sin ventanillas abatibles
donde fumar está prohibido.
Pequeño amor de los andenes.
Tus labios de vodka, tu patria
soviética que ya no existe.
Mi billete en una estación
‑consuélate- que tampoco
es.
[Casa Bigote.1]
No me basta la rosa que en la lengua
deslío, ni la sal que por el cuello
sanjuanizado sorbo con lujuria
de otro mar de Sanlúcar, de otra cita en
Bajo de Guía. Ni me basta el morbo
mientras desnudo la camisa a rayas
del bello desconocido. (¡Oh el tigre
sanguíneo, oh el caníbal oceánico
que, rendido, la pudorosa pulpa
escotadísima en nácar me ofrece,
oh el negro entre los lomos, oh dureza
crocante cielo arriba de mi boca.)
Para olvidarte, otra botella: me mo-
riría si te tengo que matar.
[Casa Bigote.2]
No me consuela, no, me desafía a
venir de extranjis a este restaurante
ver con mis propios ojos (estos que han te-
nido de ti memoria y geografía)
si es verdad lo que dicen. Todavía
coquinas, rodaballo y bogavante
te hacen conmigo y no con el pedante
con que te han visto por Bajo de Guía.
Ni me consuela el langostino tigre en
cueros (nada especial al desnudar-
te tú). Más manzanilla. Así peligren
mi pulso y más de uno. Más. Mas temo
por mi vida. Pido la cuenta: me mo-
riría si te tengo que matar.
[Balneario de La Toja]
Si hoy día nueva rosa se bastare
a negar las metáforas de un mundo
mortal, yo cantaría el triunfo pundo-
noroso carpe contra fugit, pare-
cido a un Horacio, que os libre y ampare.
Pero, aunque enamorado y al común do-
lor sensible, frívolo ni profundo
podría en la metáfora durar. He
me aquí, me queda el beatus ille: tengo
libros, habanos, música, solarium,
masajista, marisquería, bar y un
plan. Como esta tercera edad hace engo-
rdar, de noche conviene alguna cosa
ligerita, poquito a poco, Rosa.
Pedro Salinas: «Distánciamela, espejo.»
A veces necesito
que te alejes de mí
(el tabaco, la prensa
pueden ser la coartada),
y escribirte o pensarte
a distancia, y entonces
contemplarte en tus cosas
como un signo perfecto.
Conocer cómo actúa
en mis brazos tu ausencia,
precisar tu lugar
en el centro del mundo y
si sigues siendo el rastro
que a ciegas buscaría.
«Conocerse es el relámpago.»
Te necesito a veces
con una urgencia impropia
de mi edad. Un olvido,
un recado cualquiera
me sirven para ir
a la busca y captura
del milagro de un rato.
Renovarme en la idea
que sin ti es imposible
y en los nombres y cosas
que descuido por verte,
y saber qué me falta
cada vez que te alejas
o me dices no quiero.
[Guía Campsa]
I.
El viaje se abre siempre por tu boca,
donde el rojo introduce al caminante
en el misterio del camino y donde
oficiante la lengua el viaje sigue
un rastro de aventura que sólo
en el recóndito y más dulce templo
desaparece.
II.
Un lugar en el mundo. Leo
Alegranza, Graciosa, Lanzarote,
otra vez Coimbra, Oporto.
Confundidor de los mapas,
nostalgia que tú me dieras.
Por entonces no hablábamos
de Alejandría ni de Estambul.
No dábamos por conocidos
los alminares de Santa Sofía
ni discutíamos que si Bizancio,
que si Constantinopla.
No sabíamos cómo se besa
la gente junto al Nilo ni cabal-
mente entendido que una ciudad
es un mundo cuando amamos
a uno de sus habitantes.
Era imposible adivinar el daño
que acabaríamos haciéndonos
y Kavafis y Durrell nos cautivaban.
[Calle Feria]
Donde todo es segunda mano y carne
de regateo fácil, quién fija
el precio que tú ‑no loza
de la Cartuja ni máquina
Singer- conmigo del brazo callas.
[Plaza de los Carros]
Ese gusto tuyo por lo mismo
una edición príncipe que dos
pares de calcetines, un número
del Capitán Trueno o clavelitos:
no te creas que ya no te quiero.
[Giraldas]
I.
El árabe no pudo
equivocarse tanto.
No haber previsto su derrota.
II.
Capricho de piloto y
cum laude de suicidas.
Pipa del opio
que una ciudad o casi
aspira, aspira.
III.
Oscura y servicial, esclava
del viento que la lleva.
No la mires.
IV.
Otro cuerpo busca,
de campanas,
quien se atrevió a mirar
y a ser mirado.
[Giralda]
Pocas veces después has vuelto a subir
por la gracia espiral de su lección
de geografía: tirado está
saberse más espadañas que el otro,
más horizontes que ninguno; te quise
no sé dónde.
[Guadalquivir]
Abdica la ciudad de su condición
celeste. Confunde como jardín
romántico la herrumbre de las grúas,
el óxido de los plátanos y el tábano
de algún coche de punto: acuarela
que al margen de las estaciones
parece siempre amarilla amarilla.
Sé que este río, no aquí,
más lejos desemboca,
pero si te das prisa das con mi grupo
sanguíneo nada más tocarme.
[Puente del Centenario]
Mateo,4,9
El virtuosismo de la araña que concibe
ingeniería como ésta no aventaja
la labor de uno cualquiera de tus peines
de carey, ni su paciencia la mía
por darte la gloria y el imperio
sobre estos reinos si postrándote,
es un decir, me adoras.
[Itálica.1]
Quién dirá que tus hombros.
Quién dirá tus columnas,
difusas como un enigma,
fatales como un desastre.
Las armas, diez cuchillos,
los arcos de triunfo,
las cuádrigas del pecho
son viaje y no son nube
ni piedra ni morada.
[Itálica.2]
Contra el ciprés que afila su perfil
de sombra sobre los ocres aún tibios
de Santiponce, ¿de qué valió bajar
a la llanura inmunda de Hispalis
la infelice y preguntar por ti
en la confusa jerga de mujeres
junto al río?
No te conocen los navegantes
que con la tarde y la marea
vienen de Sanlúcar ‑canta la gente-
rompiendo el agua,
ni en las tabernas acepta nadie
las monedas con que puedo
pagarte yo, el anticuario.
[Tajo de Ronda]
Cernuda
Aprendo del Guadalevín, que en la
constancia se hace mayor, trïunfa.
Y aunque a tus ojos mísero, mal-
oliente souvenir de minolta y
luces nunca usadas, no te asomes
al balcón, no me mires o acaba-
ré contigo igual que las ciudades
que un río, un amor, orografía.
[Hotel Reina Victoria]
Rilke. Ronda
Fuera de la alfombra mágica
celosa del pelo de tu abrigo,
no titubeen tus pasos sobre la cera
alex, si a su delicia se deslizan
pasillo adelante. Ve
ahí la puerta y el pomo
de otra noche de Ronda. Gíralo:
te propongo no hablar del ángel del abismo
ni del raro huésped de la doscientas ocho.
[Alameda con paraguas]
Recuerda la ciudad
tocada por la gracia
del agua de septiembre.
El limo amarillento,
la burla de hojas secas
en las alcantarillas,
el desconcierto de
la gente en los portales.
Recuerda aquella urgencia
primera de ir al júbilo
de la humedad, que luego
reprimiste: ya todo
quedaba entre los dos
un poco lejos, salvo
ese olor de las calles
a plumieres, a invierno.
[Gran Plaza]
Duende o caracol, bolero de cortina
para el cartílago más tierno, soplo
Botticelli o vigilia a la manera
que más te guste: duermen
los ejércitos y las cosas
ocupan su lugar en tu ciudad jardín.
[Serie B]
Tuviera el alma un sindicato que en los
cambios de estación todo lo trifulca
haciendo polvo las pocas seguri-
dades que nos quedan. Motín de objetos.
Rebelión de no retornables. Puede
ser Ludwig Van o el whisky o las pelusas.
Puede ser un olor. Todo consiste,
mi amor, en que no estás. ¿Pero no estás?
[Muerte en Venecia]
Puente abajo de Rialto, el aura
del Gran Dux, el ojo de Visconti,
la hoja de acanto de algún poeta
novísimo,
la lata de Pepsi, cierto hedor,
el borderío de los gondolieri
y esa muchacha (una foto en
San Marcos con palomas)
se hunden.
[Mando a Distancia]
No contento Siva, señor de todas
las ambigüedades, con el hambre
de su pueblo, estornuda hasta seis
con cuatro en la escala de Richter
y como un niño, arrepentido, llora.
Quince mil murieron en el tele-
diario de las tres y quince mil
se ahogaron en el de las nueve y media.
Como si llaman y eres tú,
mi cadáver exquisito.
[Boris Karloff]
Me duermo. Es tarde. Igual que tú, yo
tuve una princesa, no del alto,
del altísimo Egipto. Y si no muriese
de amor por ella, te la cambiaría
por esa que tú llamas una y otra
vez: «¡Ánkesen-Ámon, Ánkesen-Ámon!»
(Así que den las cuatro y que la tuya
sea en blanco y negro y en versión
subtitulada.)
[Claude Rains]
Supón que sea a París: nunca vuela
a nuestro gusto el pájaro de acero
y pianistas negros caras de sapo
la joderán aunque nadie
se lo pida con que el tiempo pasará.
[Un lugar en el Mundo]
Sequías como diluvios, algo me dice
que acaba el Sur. Hablan hombres del tiempo
de un agujero en la capa de ozono:
imaginaria quemadura de cigarro
sobre un forro cardenal como de ópera,
más cursimente: carmesí.
Llámame.
Llámame antes que el cenicero de la Tierra
derrita los océanos
que inundarán la casa de la playa.
Llámame.
Bajo la arena, burbujean navajas y coquinas
supervivientes desde otras glaciaciones.
Y un vino blanco de aguja muy frío en la nevera.
[Estación Término]
Coger los largos, viejos trenes. Ese nocturno
de expresos europeos con ventanillas aba-
tibles (pericoloso sporgersi) donde uno
sale al pasillo, pide fuego, parte con alguien
un cigarro y los cuatro tópicos, que si a dónde
se va, cuál es la próxima estación (sin que tampoco
importe: los pasillos tienen algo de cine,
algo de vicio solitario). Coger los largos,
viejos trenes. Con un billete para aquel
andén en donde todavía puedo esperarte
y no estas vías muertas de estación de película.
F
ue idea de Pilar Villalobos el mejor título de este libro: [Hacia]. El subtítulo [teoría de la ciudad] sonará al Tratado de urbanismo del poeta Ángel González. [El viaje se abre siempre por tu boca] se anticipó en el número uno de El Sobre Hilado (1991) y [Puente del Centenario] en los cuadernos del Proyecto Juan de Mairena, Poetas en el Aula (1993), compartido con Mª del Valle Rubio. El prólogo fue antes una correspondencia con Antonio Molina Flores; a él y a Luis Fernando García Barrón les va dedicado. Complicidades involuntarias, también dedicatorias: Inmaculada Maqueda y Andrés Díaz [Real Maestranza], Carmen Lebrato y José María Delgado [Estación Término], Juan José Espinosa Vargas [Guadalquivir], José Antonio Moreno Jurado [Itálica.2], Manuel Moya y Pedro Cantero [After Shave]. Que «una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes» viene de Lawrence Durrell en su Cuarteto de Alejandría. «Y todo el Sur» de [Heliópolis] lo usó primero Juan Cobos Wilkins como cierre para poemas suyos. A Pilar debo por último las palabras de Casa Bigote que dieron lema al libro: me moriría si te tengo que matar
[Heliópolis]
Te imaginas que un astro
te diera nombre,
moviera tu cintura
y todo el Sur
.
/ a Galera 10 /
Sevilla, 31 de Mayo de 1999
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