ensayo sobre la vanidad
D a n i e l L e b r a t o
- ensayo sobre la vanidad -
QUE EMPIEZA EN NADA Y QUE TAMPOCO ACABA
Nueva Versión del
Refrán y cuento de La Lechera
Con motivo de unas llamadas
nunca hechas en horario conveniente
a su hijo Juan, que andaba por Ibiza pasando su verano
y trabajabando.
*
Y no me deja libre hueso alguno
(Miguel Hernández)
Que en la lección y estudio nos mejora.
(Francisco de Quevedo)
I.
Te escribo, pues, mi Juan. Querido hijo:
puedes creer que estoy dos o tres días
queriéndote llamar y no te llamo.
Un día y otro día, siempre hay alguien
o hay algo, hay algún plan, y no hay manera.
Una vez el teatro, luego vino
tu hermano de Alemania, te imaginas,
y en general la agenda, que a esa hora
social de los teléfonos se sale
de amigos y paseos y cruzcampos.
Y como nuestro hablar no es nada urgente,
que es hablar por hablar, cosas de novios,
sin prisas, un día y otro va pasando,
me dan las doce y pico y no te llamo.
II.
No llamo. Pues entonces un mensaje
al móvil. Pero empiezo, y tantas letras
son muchas para el cuerpo. Con mis dedos
torponchos y miopes, una hora
o más que tardaré tecla por tecla.
Y como somos profes, y de lengua,
los signos ortográficos fatigan
si los ponemos y, si no, es peor:
son faltas. Los mensajes, a tu edad,
son lo normal, que andáis en saldo cero,
mientras que en los mayores, que pagamos
por banco a fin de mes, ya no es lo mismo.
Mensajes, los precisos y, por último,
para mensajes largos, una carta.
III.
Carta de las que empiezan por querido
hijo, dos puntos, tal y cual y cuentan
con todos sus avíos, paso a paso,
cómo va todo, hasta la fecha y firma.
Carta de las de sobre y ve al estanco
y compra el sello. ¿Habrá cosa más rancia
que un sello? Sí: un buzón, buzón de esos
de amarillo chillón de gran bolardo,
menhir o pene que el Estado tiene
por todas partes. Necesitas uno,
y ya no ves ninguno. Así es la carta
de hace siglos con sus supersticiones:
la cruz al empezar, rezar, que llegue,
virgencita, ¿se te ha olvidado el código?
IV.
Si no se te olvidó ponerle el código
postal y no viene devuelta amable-
mente por el servicio de correos,
si no se pierde, claro, es que la carta
está ya en su destino. Alguien la coge
de su buzón, la salva como a un príncipe
del naufragio que son cartas del banco,
facturas de agua, luz o similar,
acuses sospechosos de recibo
certificado, multas, pesadillas
de hacienda o tráfico, municipales.
En medio, en fin, de la hojarasca y entre
falsas ofertas, necias propagandas,
ahí, manuscrita, está la carta humana.
V.
No merecen las cartas la escalera,
menos el ascensor, nunca un pasillo,
cuchillo carnicero ni de sierra,
¡qué horror! En todo caso, un arma blanca,
noble Opinel, navaja de Albacete,
a falta de abrecartas o estilete.
Si el sobre es de abre fácil, que lo sea
realmente, no a bocados ni a cachitos,
que luego, date cuenta, has de guardarla
del caos de tu despacho o papelera.
Si bebes, ponte un vino, tu cerveza,
café, infusión, tu whisky o tu cubata.
Si fumas, es la hora de un cigarro.
De córpore impecable, abre la carta.
VI.
La carta humana, flor de los currículos,
que, por el mismo precio, ya la escribe
uno pensando en la posteridad:
el día que una tesis utilice
de archivo o fuente tu correspondencia,
cartas que habrán perdido, por la fama
de alguna de las partes, su carácter
privado, serán públicas, notorias
piezas maestras de una vida o bío-
grafía que al final acabe en libro
de texto, premio Nóbel o museo.
Y pues hay que cuidar lo que uno escribe,
que todo es vanidad si no es herencia,
te mando este soneto o lo que sea.
VII.
Soneto o aprendiz o lo que sea,
catorce endecasílabos. No importa
si unos con otros riman por estrofas,
cuartetos y tercetos, o son blancos.
Importa mucho más que, con la métrica,
cumplamos con la ética y la estética.
De siempre nos enseñan que las cosas
consisten en un fondo y una forma,
sin que uno falte y la otra nos parezca
un puro juego sin sentido y hueco.
Que tengan alma, tengan vida y tenga-
mos algo que decir y con razones
que a ser posible y por partida triple
enseñen y diviertan y emocionen.
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